El aguachinado sopicaldo que les sirve de cena no les dura nunca nada en el cuenco. A Juan Pablo le gustaría poder añadirle más sustancia para asegurarse de que no se quedan con hambre, pero la comida escasea. Por lo menos, pese a lo delgados que se les ve a algunos de los niños, todos parecen gozar de buena salud. Por lo pronto, no parecen haber perdido el apetito, lo cual es buena señal.
Fuera de la iglesia en la que viven atrincherados él y los veinte niños que recogió de las calles cuando, seis años atrás, comenzó a extenderse la epidemia de tuberculosis que ha diezmado la población mundial, reina el caos. Los pocos que lograron sobrevivir a la enfermedad se hallan ahora matándose los unos a los otros por hacerse con algo que llevarse a la boca. Es un milagro que haya conseguido mantenerlos a salvo intramuros durante tanto tiempo. Juan Pablo cree que la suerte que han tenido hasta ahora se debe, en parte, a que, pese ...Leer más