El jefe está soltando una atronadora invectiva contra la indolencia nacional por la tele, que está a mil bombas para ahogar el ruido, comparativamente llevadero, de las bocinas de los coches que se oyen procedentes del exterior. A través de la pantalla, lanza una pregunta al aire:
“¿Quiénes sois?”
De pronto, todo el mundo en el abarrotado café se gira y empieza a escudriñar su entorno, como si fuera su deber desenmascarar a quienes están siendo apostrofados por el jefe. Tengo que salir de allí cuanto antes. Entre la tensión que genera la diatriba del jefe y la falta de aire acondicionado, que, desde que subieron el precio de la electricidad, ya ningún garito se puede permitir mantener encendido, el ambiente se nota cargado y los ánimos caldeados. No quiero quedarme a ver cómo la cosa explota.
El dueño del quiosco de la esquina me sugiere que me meta por el callejón oscuro que sale a mano derecha para llegar al apartamento de Rafiq pasando desapercibido. Me advierte, a su vez, al tiempo ...Leer más